Cuenta la leyenda
que no mucho ha, existía un poblado de aguerridos jovenzuelos, a los que en
derredor se conocía como Melonix, que, entre tarea y tarea cotidiana,
dedicábanse a moldear su cuerpo y carácter con un extraño divertimento al que
dieron en llamar jurgol. Consistía el
pasatiempos en una suerte de competición en la que, divididos en dos grupos,
enfrentábanse con el objetivo de introducir un melón en la choza del contrario.
Pasaban lunas y lunas dedicados al pasatiempo, y tal era su afición que
decidieron un buen día extender el invento a los poblados cercanos. Organizáronse para disputar encuentros por toda
la Tierra Media, y de cuando en cuando reuníanse con los vecinos para, entre
jarra y jarra de lúpulo fermentado, dedicarse un tiempo a darle al melón. La recién creada competición interpoblados convirtiose
en un evento indispensable para amenizar los entretiempos, y de todas partes
llegaban gentes a contemplarla avisados de su emoción y de la fama del equipo
precursor de la idea. Pero hete ahí que
un buen día, sin razón aparente, los Melonix comenzaron a perder disputas. Al principio se culpó de las derrotas a los
nuevos componentes de los equipos rivales, que habían acudido al mercado de
invierno en busca de jugadores de un extraño poblado llamado Suertix. Se decía de los Suertix que poseían poderes
que les permitían desviar la trayectoria del melón, mover de sitio la puerta de
la choza, o enredar los cordones de las sandalias del rival con tal de evitar
que el melón introdujérase en su habitáculo.
Desesperados por la situación, y a pesar de las reticencias iniciales,
los Melonix acudieron también al poblado Suertix con la intención de incorporar
a sus filas a uno de aquellos extraños seres, sin embargo, al llegar, el poblado
estaba vacío; todos sus habitantes habían hecho el petate atraídos por las
ofertas de los poblados cercanos que, a cambio de incorporarlos a sus equipos,
ofreciéronles todo tipo de parabienes: que si una azada con motor de tres
tiempos, que si pergaminos con conexión wifi, que si un trabajo para sus
tatatatatatatatatatatatatatatatatatatatataranietos (al parecer el oráculo
vaticinaba épocas de gran escasez en los tiempos de un tal rey Mariano), en fin,
que a excepción de unos ancianos que calentábanse al sol sentados en el poyo de
la choza del prestamista, las calles presentaban un aspecto desolador.
Encaminábanse los Melonix cabizbajos de nuevo
a su poblado, rumiando para sus adentros ininteligibles palabras de tema
escatológico, cuando a las afueras del poblado topáronse con un zagal que,
entre divertido y descojonado, mirábales con aires de suficiencia.
El capitán de los
Melonix se acercó y, conteniendo el sopapo que estaba a punto de propinarle,
respiró abdominalmente en ocho tiempos y le inquirió:
- Se puede saber
zagal por qué sonríes a nuestro paso, ahondando en nuestra desgracia y hurgando
en la herida abierta que deja ver nuestra pena?
A lo que el zagal
respondió:
- Con razón sois
unos Melonix, venís aquí buscando magos que solucionen vuestro problema, pero
en este pueblo no hay ningún mago, no porque se hayan ido todos, sino porque
nunca los hubo. Aquí en lo que somos
buenos, lo que realmente se nos da bien, son las matemáticas.
- Qué extraño
acertijo nos propones zagal? Qué quieres decir con estas palabras que brotan de
tu hiriente boca?
- A ver atontaos
-dijo perdiendo ya cualquier atisbo de respeto-, que el único truco del
jueguecico ese que os inventásteis es meter más melones en la choza contraria
que el rival. Uséase, que si ellos meten
uno, vosotros teneis que meter al menos dos, si ellos hacen dos, pues vosotros
tres, and so on.
Los Melonix quedáronse pasmados intentando digerir como
era posible que un macaco como ese albergara tanta sabiduría en su azotea, pero
reaccionaron pronto, y en un alarde de ingenio, propusiéronle al pequeño
nombrarle Director General Deportivo con mando en plaza para que les enseñara
toda esa magia que encerraba la extraña ciencia de las matemáticas.
A partir de ese
día los Melonix dejaron de culpar a los Suertix de sus desgracias, y aplicando
los sabios consejos del pequeño Director General Deportivo (que por cierto se
hizo el amo del garito y no tardó en pedir una choza con jacuzzi y
desplazamientos en Bussiness), comenzaron a ganar encuentros. Al principio se hacía un poco extraño verlos
entretenerse en mitad del encuentro contando los dedos al tiempo que los
desplegaban, pero con el tiempo consiguieron incluso hacerlo mentalmente y ya
nada les distrajo de su objetivo.
Puedo aseguraros
que la historia es cierta, y para corroborarlo, aquí os dejo el último
encuentro que disputaron los Melonix sin tener en cuenta las matemáticas. Vosotros mismos...
No hay comentarios:
Publicar un comentario